EL ORIGEN DEL CASTELLANO. Unidad 2. 1º ESPA (interesante para todos, especialmente Acceso a Universidad).

En 1º ESPA estamos viendo una pequeña introducción al origen del castellano. Navegando un poquito por la red he encontrado este vídeo que, además de recoger algunas ideas de las que veremos en clase, propone ejemplos diferentes e imágenes que ayudarán a que asentéis la información en vuestra cabeza.

Creo que es muy interesante para todos, así que no dudéis en echarle un ojo. Tan solo dura 5 minutos y sabréis un poquito más del misterioso lugar de donde procede la lengua, ese código tan perfecto que nos permite comunicarnos día tras día. Añado, además, el artículo de Alex Grijelmo con el que hemos comenzado la sesión. Espero que os gusten ambos documentos.

COLUMNA DE ALEX GRIJELMO. LA PUNTA DE LA LENGUA

Entre los restos arqueológicos de Atapuerca no se ha encontrado ninguna palabra. Quién sabe si los científicos analizarán algún día las vibraciones del aire en la cueva de Altamira para descubrir así el primer vocablo, como hallaron, en 1992, el momento en que estalló el Universo unos 15.000 millones de años antes.

Es cierto que ahora podemos imaginar, con los indicios de los esqueletos y utensilios que se han desenterrado en la Gran Dolina o en la Sima de los Huesos, cómo vivían los primeros pobladores de Europa, cómo se alimentaban, qué enfermedades sufrían, cuántos años vivió cada uno. Y sin embargo nada sabemos de aquellos vocablos, quizá gruñidos, que les servían para comunicarse. Se perdieron con la fuerza del viento del norte de la sierra burgalesa o con la brisa del Cantábrico. ¿Por qué? Porque aquellos seres no sabían cómo escribirlos.

Pero es muy probable que algo, quizás mucho, de lo que ellos pronunciaban siga estando en nuestro idioma de hoy. Tal vez entronque con el lenguaje de las cavernas la fuerza de esas erres que nos desahogan los enfados («cabreo», «bronca», «cabrón»…) y que tanto gustan a los locutores deportivos por el vigor que transmiten: «recorte», «regate», «remate», «arrebata», «raso», «rompe», «roba»… O la sonoridad que notamos en las viejas y recias voces prerrománicas y que pronunciaremos aún durante muchos siglos más «barro», «cerro», «barraca», «rebeco», «berrueco»). Quizás guarden relación aquellos gruñidos con los sonidos guturales de nuestra congoja primitiva («garganta», «atraganta», «angosto», «grito», «gemido», «angustia»), o quién sabe si tendremos ahí el origen remoto de las palabras dulces como el sonido del viento cuando se dedica a hacer música («bisbiseo», «sonrisa», «silencio», «sensible», «sigiloso», «sosiego», «susurro», «siega», «sensación»). Nuestra lengua esconde un genio interno invisible, inaudible, antiguo, que podemos reconstruir si seguimos las pistas que nos dejan sus hilos. Hilos son, y con ellos nos ha manejado el genio del idioma. Entre los restos de las cuevas no darán nunca con el genio de la lengua. Él no puede reposar ahí porque todavía no ha muerto.

Existe hace tantos cientos de años, que bien podemos considerarlo inmortal; como duraderos son sus gustos, sus manías y su carácter. Si lo conociéramos a la perfección, sabríamos sin duda cómo será nuestro idioma dentro de tres siglos. Y también nos conoceríamos mejor a nosotros mismos.

Han cambiado en este tiempo las palabras, desde luego; y las construcciones, la ortografía, la literatura pero en todos esos aspectos encontramos rasgos comunes de un ser originario que los alumbró.

Decimos «el genio del idioma» y nos vale como metáfora porque, en realidad, designamos el alma de cuantos hablamos una lengua: el carácter con el que la hemos ido formando durante siglos y siglos.

El idioma español es, pues, la obra de un genio misterioso. Lo que alcanzamos a descubrir ahora, cuando nos sumergimos en la historia de la lengua, responde a unas leyes que vienen de antiguo y que regulan la pronunciación, las combinaciones de sílabas, los significados, la sintaxis y, sobre todo, la evolución de las palabras a través de los siglos y de los idiomas por los que han pasado (superpuestos unos sobre otros como algunas iglesias católicas se construyeron sobre las visigóticas; pero siempre con el mismo arquitecto).

Da la impresión de que los vocablos de nuestro idioma se han movido y han cambiado al través del tiempo como si fueran un ejército, progresando desde el indoeuropeo hasta aquí de una forma disciplinada, sin apenas excepciones en su evolución fonológica y como si estuvieran bajo el mando de un general; miles de palabras que el pueblo fue haciendo suyas y sobre las que decidió soberanamente.

Alex Grijelmo

Por cierto, este texto es perfecto para que los alumnos de Grado Superior practiquen; en concreto, es un texto expositivo-argumentativo, como muchas columnas de Alex Grijelmo (recordad: La punta de la lengua, El País).

Deja un comentario